Ante los retos que enfrentamos con el cambio climático, Copenhague ha puesto manos a la obra. La crisis ambiental ya no admite silencios ni excusas, la industria de la moda —una de las más contaminantes del planeta— enfrenta una presión sin precedentes para reinventarse. En ese panorama apocalíptico, la Semana de la Moda de Copenhague no solo ha respondido al reto, sino que ha tomado la delantera con un modelo que ya es referencia para otras capitales creativas. No se trata de una narrativa aspiracional ni de greenwashing cuidadosamente empaquetado, sino de un enfoque integral que transforma el sistema desde su raíz.
Desde 2020, Copenhague Fashion Week instauró un conjunto de requisitos mínimos de sostenibilidad que todos los diseñadores y marcas deben cumplir para formar parte del calendario oficial. Estos estándares no son sugerencias ni gestos simbólicos: exigen transparencia en la cadena de suministro, reducción del desperdicio textil, materiales certificados con bajo impacto ambiental y un enfoque circular en la vida útil de cada prenda. La intención no es maquillar la industria, sino reprogramarla en pro del bienestar ambiental y el cuidado del planeta.
El impacto ha sido inmediato y contundente. Infinidad de marcas danesas han reformulado su manera de crear, producir, presentar y comercializar moda, pero más allá de las firmas locales, lo relevante es cómo este sistema está influenciando a actores internacionales que ven en Copenhague no solo una pasarela, sino una posibilidad para reescribir la relación de la industria con el bienestar ambiental. Cada edición se convierte en una oportunidad para cuestionar el modelo tradicional de temporada, desafiar el modelo de consumo acelerado y explorar nuevas narrativas estéticas que no dependen del exceso contaminante.
Claves que convierten a Copenhague en la semana de la moda más sostenible del mundo
Lo que ocurre en Copenhague va más allá del tejido de una colección. Aquí, la sostenibilidad no se limita al uso de textiles reciclados o al rechazo del cuero animal. Se manifiesta en decisiones estructurales:
- Al menos el 50 % de cada colección debe estar fabricada con materiales certificados, preferidos, reciclados o de excedentes (deadstock).
- Está prohibida la destrucción de prendas no vendidas —una práctica común en la industria—, y se requiere que las muestras tengan una segunda vida.
- Las firmas deben contar con una estrategia clara de sostenibilidad, incluir políticas de diversidad e igualdad en su gestión y garantizar condiciones laborales seguras, equitativas y respetuosas para todos, libres de acoso, discriminación o exclusión.
- En la producción de los desfiles, se exige minimizar el uso de materiales no sostenibles, como prohibir props de un solo uso, y gestionar adecuadamente los residuos.