En el universo de Daniel Arsham, el tiempo se disuelve. Sus obras —mitad ruina, mitad reliquia del futuro— cuestionan la frontera entre lo que fue y lo que está por venir. Hoy, esa reflexión se cristaliza con el reloj Hublot MP-17 Meca-10 Arsham Splash Titanium Sapphire, la nueva colaboración entre el artista y la maison suiza.
Tras el éxito, el año pasado, del Arsham Droplet (MP-16), un reloj de bolsillo inspirado en la forma de una gota suspendida, Arsham regresa con una creación aún más íntima: su primer reloj de pulsera, un objeto que condensa en 42 milímetros la fluidez del agua y la arquitectura del tiempo. “El agua es el material más universal; cambia de forma, pero siempre conserva su esencia”, explica Arsham. “Cuando hicimos el Droplet lo concebimos como agua congelada. Esta vez quise que se sintiera derretida, en movimiento”.
El proyecto, cuenta el artista, nació simbólicamente de un reloj solar hecho de hielo y nieve instalado en Suiza previo al lanzamiento del Droplet: “Era agua en estado sólido. El MP-17 es la continuación natural de ese gesto; el momento en que el hielo se funde y el tiempo empieza a fluir otra vez”, revela.
La manufactura Hublot, fiel a su filosofía del Art of Fusion, ofreció al artista una libertad creativa total. “Me dieron carta blanca, y eso, para un artista, es la situación perfecta”, confiesa Arsham. “Si una marca te invita a colaborar, pero no te permite expandir tus posibilidades, no tiene sentido que estés ahí”. Esa libertad se tradujo en una forma inédita dentro del universo Hublot: una caja de titanio y cristal de zafiro con líneas orgánicas inspiradas en una salpicadura de agua. El resultado es una pieza transparente, casi etérea, que parece esculpida por la presión de un líquido en movimiento.
El bisel de zafiro arenado y la estructura de titanio micro-pulido reflejan la maestría técnica de la maison. El reloj, compacto y ergonómico, presenta una caja de 42 mm con un grosor de 15.35 mm, un logro posible gracias a la miniaturización del calibre HUB1205 Meca-10: un movimiento de cuerda manual con 240 horas de reserva de marcha. A través de la transparencia de la esfera y el fondo, el mecanismo se convierte en un paisaje vivo de engranajes suspendidos, una topografía de precisión que late al ritmo de 21 600 vph.
Comenzamos con el movimiento; era nuestro único límite. Dibujé encima de él hasta que la forma surgió casi de manera orgánica
El reloj brilla con el tono verde Arsham, un matiz entre el jade y el glaciar que se repite en agujas, índices y marcadores de minutos. “Ese color proviene del vidrio”, explica. “Cuando miras un trozo de cristal, por el borde aparece una tonalidad verdosa, una imperfección natural. Es un tono que me resulta familiar, como si llevara el eco del hielo o del tiempo detenido”. El verde se ha convertido en un sello visual de su obra: un color que encarna la tensión entre lo mineral y lo orgánico, lo eterno y lo efímero.
A diferencia del Droplet, concebido como objeto de contemplación, el MP-17 debía convivir con el cuerpo. “El gran reto fue el peso y la ergonomía”, cuenta. “El reloj de bolsillo no necesitaba pensar en la muñeca; aquí todo se trató de lograr ligereza y comodidad sin perder el espíritu escultórico”.
Por eso optó por un zafiro más delgado y una correa de caucho negro granulado grabada con su monograma. La pieza se ajusta al pulso como una extensión del movimiento, como si el agua misma abrazara la piel. Solo 99 ejemplares verán la luz, un número que responde tanto a la dificultad técnica como al deseo de mantener la magia de lo irrepetible.
“Hay una atracción especial por los objetos escasos”, reflexiona Arsham. “Colecciono arte y relojes, y siempre hay un encanto en saber que solo unas pocas personas en el mundo compartirán esa experiencia”.
Julien Tornare, CEO de Hublot, describe esta colaboración como “un descubrimiento de nuevas percepciones”. Para él, el MP-17 es la prueba de que la relojería puede convertirse en arte contemporáneo: una síntesis de ingeniería, transparencia y emoción.
El reloj mantiene los códigos de la casa —los seis tornillos en forma de H, las asas laterales, el cierre desplegable de titanio—, pero los somete a una especie de metamorfosis líquida. Es el mismo ADN, pero en estado de flujo. En esa alquimia se encuentra la verdadera conexión entre Hublot y Arsham: la transformación de la materia.
“Como artista, mi trabajo siempre ha girado en torno a usar materiales de maneras nuevas”, dice Daniel. “La idea de la alquimia es esencial para mí. El zafiro que Hublot produce comienza como una masa amorfa, casi como vidrio fundido. Lo que hacen es extraer un núcleo de esa forma irregular y convertirlo en algo extremadamente técnico. Ese proceso me fascina”.
En su estudio de Nueva York, el artista suele trabajar con cristales, cenizas volcánicas y materiales geológicos para crear lo que llama “arqueología ficticia”: objetos del presente reinterpretados como hallazgos del futuro. El MP-17, con su estructura translúcida, parece precisamente eso: un artefacto que podría encontrarse dentro de mil años, intacto, misterioso y seductor.
Para Arsham, un reloj no es un simple instrumento. Es una extensión emocional del cuerpo, un vehículo de expresión similar a la moda o la arquitectura. “Un reloj, como una prenda, dice algo de quién eres. Te hace sentir de cierta manera”, afirma. “Cuando lo usas, llevas una historia contigo”. La historia que encierra el MP-17 es la de una gota en suspensión, un instante detenido antes de romper la superficie.
El artista se muestra consciente de la paradoja de su creación: una pieza que busca desafiar el paso del tiempo mientras lo mide. “El tiempo es el material con el que todos trabajamos, solo que algunos no lo saben”, dice con una sonrisa. “Mi labor es hacerlo visible, darle forma. Y este reloj lo hace literalmente: puedes ver el tiempo moviéndose dentro”.
La manufactura de Nyon, por su parte, sigue consolidando su lugar en el territorio donde la técnica se vuelve arte. El MP-17 no solo amplía la serie de colaboraciones artísticas de Hublot, sino que refuerza su papel como laboratorio de ideas, un espacio donde los límites entre relojería, diseño y escultura se disuelven.
Mientras se prepara para una serie de exposiciones en Dubái y Nueva York, Arsham vuelve sobre la pregunta que atraviesa toda su obra: ¿cómo se mide el tiempo cuando lo que importa es su huella? “No me preocupa el paso del tiempo —dice—. Me interesa cómo se deposita sobre las cosas, cómo las transforma. Mis obras —y ahora este reloj— son intentos de capturar ese proceso. Cuando alguien mire el MP-17 dentro de cien o mil años, espero que lo vea no como una máquina, sino como una evidencia de nuestro momento; una huella cristalizada del presente”.