Las microfracturas dentales son pequeñas líneas que aparecen en el esmalte cuando un alimento, un hábito o una fuerza repetitiva genera más presión de la que el diente puede amortiguar. No duelen al inicio, pero con el tiempo provocan sensibilidad, cambios de color e incluso problemas mayores. Lo sorprendente es que muchos de los alimentos que consumimos a diario pueden desencadenarlas sin que lo notemos. No se trata de dejar de comerlos, sino de entender cómo afectan y qué puedes hacer para reducir el riesgo.
El primer grupo problemático es el de los alimentos duros y secos. El caso más evidente son las palomitas, especialmente los granos que no explotan y que, por costumbre, muchas personas muerden sin pensar. También las nueces enteras, los caramelos rígidos, los cubos de hielo (sí, hay quienes los mastican) y panes muy tostados pueden generar una presión directa que provoca pequeñas fisuras. El esmalte es fuerte, pero no invencible.
Luego están los alimentos pegajosos. No necesariamente provocan microfracturas por impacto, sino por tracción. Golosinas chiclosas, caramelos suaves, barras de proteína muy densas e incluso ciertos frutos secos con miel crean movimientos bruscos al despegarse del diente. Si ya existe una línea de estrés, este tipo de textura puede profundizarla.
Otro grupo importante son los alimentos muy fríos o muy calientes. El cambio de temperatura provoca una contracción y expansión rápida del esmalte. Tomar café caliente y mordisquear hielo en el mismo lapso, por ejemplo, produce un choque térmico que debilita la estructura. No es un mito: la sensibilidad que aparece después es una señal de que algo no está funcionando como debería.
Los alimentos ácidos también influyen. No fracturan el diente por fuerza, sino porque erosionan ligeramente la superficie, dejándola más vulnerable a impactos cotidianos. Cítricos, vinagretas con alto contenido de limón, bebidas energéticas y refrescos reducen la resistencia del esmalte y facilitan la formación de microfisuras.
Por último, vale mencionar los alimentos que forzan la mandíbula sin que lo advirtamos como la carne muy dura, semillas con cáscara gruesa y ciertos snacks que requieren morder con mucha potencia. El problema no es el alimento en sí, sino la fuerza que exige.
La solución no está en evitar todo lo anterior, sino en moderar la forma en que lo consumes: no morder huesos ni hielo, elegir versiones menos rígidas, alternar temperaturas, beber agua después de alimentos ácidos y prestar atención a cualquier sensación de pequeño choque al morder. La prevención dental empieza con hábitos suaves, no con restricciones extremas.
Cuidar tus dientes no significa renunciar a tus alimentos favoritos. Se trata de escucharlos —literalmente— y entender que la fuerza con la que comes influye tanto como lo que comes.