Hablar de Ozempic se ha vuelto parte inevitable de la conversación global, en redes, en oficinas, en los pasillos de los gimnasios y, por supuesto, en el universo del bienestar y la estética. Lo que pocas veces se aborda con la misma intensidad es lo que ocurre cuando alguien deja de usarlo. Más allá del rebote de peso —del que sí se comenta con frecuencia— existen efectos secundarios que atraviesan la energía, el estado emocional, el apetito y la relación con el propio cuerpo. Son cambios que muchas personas no anticipan y que pueden sentirse tan intensos como contradictorios.
Lo que nadie dice del uso de medicamentos para bajar de peso
El primero es la alteración del hambre. Mientras se utiliza semaglutida, el apetito se mantiene notablemente atenuado. Al suspenderla, las señales naturales del cuerpo regresan de golpe: vuelve la sensación de antojo, la necesidad de comer con mayor frecuencia y un apetito que puede sentirse amplificado y abrumador. No es un fallo personal; es la respuesta fisiológica de un organismo que intenta recuperar su ritmo normal después de haber estado modulada por un medicamento que ralentiza el vaciamiento gástrico.
A nivel emocional, también existen cambios que suelen pasar desapercibidos. Muchas personas reportan irritabilidad, una especie de ansiedad ligera que aparece sin motivo aparente, o una sensación de desconcierto frente a su imagen corporal. Es el resultado de ajustar rutinas, percepciones y expectativas después de meses (o años) de vivir con un apetito suprimido y una pérdida de peso rápida. El cuerpo se mueve más, exige más energía y se vuelve más expresivo; la mente tarda un poco más en ponerse al día.
Otro efecto común es el cansancio profundo durante las primeras semanas. La digestión vuelve a activarse con más fuerza, el metabolismo se acelera levemente y algunas personas experimentan una especie de neblina matutina. También puede aparecer una hipersensibilidad al cambio corporal: la ropa ajusta distinto, los músculos se sienten menos definidos y cualquier variación en la báscula genera reacciones emocionales desproporcionadas. Nada de esto significa que el cuerpo esté fallando; simplemente está recalibrándose.
Existe además un efecto silencioso del que casi no se habla: la dependencia psicológica. No al medicamento en sí, sino al estilo de vida que permitió. La sensación de control, la pérdida de peso acelerada y la facilidad para mantener rutinas estrictas crean una referencia emocional difícil de abandonar. Cuando el medicamento se retira, aparecen dudas, inseguridades y la idea de que se avanza sin red. Es un proceso comprensible, especialmente en un contexto donde la presión estética pesa tanto.
Dejar de usar Ozempic no es una historia de blanco o negro. Es un periodo lleno de ajustes, tanto físicos como emocionales, que merece ser hablado con más honestidad. Al final, el cuerpo siempre busca volver a su equilibrio, aunque el proceso no sea tan silencioso como se espera.