Por Déborah Uranga
Fotografías de Iván Aguirre
Fashion styling de Alonso Murillo
Es media mañana en la Ciudad de México. La luz atraviesa el ventanal del estudio con un resplandor cálido y persistente, de esos que parecen quedarse flotando en el aire. La voz de Mariana Treviño llega con paso tranquilo, sin prisa ni preámbulos. Saluda a cada persona del equipo con esa mezcla de atención genuina y humor espontáneo que la caracteriza. Se sienta frente al espejo y se entrega a las manos expertas que la maquillan, peinan y hacen manicure con un gesto simple, casi doméstico.
“Estoy terminando un año de mucha cosecha”, dice para empezar la conversación. “Y de celebrar… proyectos, pero también de encuentros”, comparte. “Fue un año de reconocer lo construido”. No lo dice con nostalgia, sino con lucidez. Hay una serenidad que sólo se adquiere después de haberse probado muchas veces, de haber resistido tanto la incertidumbre como la euforia del éxito. Luego añade:
Y de agradecer, porque esta carrera es muy impredecible.
BAZAAR diciembre/enero
Fotografías: Iván Aguirre @ivanaguirrefotografo
Fashion styling: Alonso Murillo @alo_murillo_
Maquillaje: Gus Bortolotti @gusbortolotti
Peinado: Israel Quiroz @israquiroz
Manicure: GO! Nails @gonailsmexico
Asistente de fotografía: José Luis Lozano @joselo01
Asistente de fashion styling: Beth Bautista @bettopop
Entrevista: Déborah Uranga @deborahuranga
PR: @colourstalent @el_lanco @lorenarobleto
Director de arte: @eloriginaldaro
Editora en jefe: @majoguzman
El viaje del héroe de Mariana Treviño
Su voz tiene esa cadencia en la que conviven lo reflexivo y lo lúdico. Habla de Mentiras —del musical en teatro que volvió a interpretar después de más de una década y de la serie dirigida por Gabriel Ripstein para Prime Video— y de Stick: el swing perfecto, la nueva serie de comedia deportiva de Apple TV+ creada por Jason Keller y protagonizada por Owen Wilson. “Han sido años de rectificar cosas, de volver a pensar, de recorrer lugares conocidos y hacer un recuento interno de lo vivido”, comparte con suavidad desde la reflexión.
Hay en su tono una paz conquistada. Una madurez que no suena cansada, sino curiosa. Mariana Treviño sonríe cuando la conversación toca la palabra “trayectoria”. “No soy de tener planes tan específicos”, confiesa. “Soy más bien una caminante. Me lanzo al camino y dejo que la intuición me sorprenda. Debajo de cada cosa que te sucede, de cada persona que te encuentras, hay un entramaje con significado más profundo que es parte de algo más grande. A veces toca caminar largo para entenderlo y agradecerlo”.
Treviño lleva más de una década transformando el humor en inteligencia emocional. Su capacidad para moverse entre la comedia, el drama y la melancolía la ha convertido en una intérprete singular: alguien que puede hacernos reír justo antes de desarmarnos. Su Lupita es ya parte del imaginario colectivo, pero ella sigue encontrando en ese personaje nuevas preguntas. “Volver a Mentiras fue un acto de resistencia”, dice. “Después de tantos años, regresar tuvo su grado de dificultad, pero también su bendición. Ese personaje me confronta y me enseña. Es mi favorito, sin duda”. Con Lupita aprovechó la cámara para explorar toda su interioridad y autorreflexión. “Poder poner ahí un poco lo que yo estaba viviendo. Hablé con Gabriel [Ripstein] y acordamos mostrar esas experiencias menos conocidas de su sentir. Siento que fue muy bien recibido”.
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El viaje del héroe de Mariana Treviño
La forma en que lo dice no deja lugar a dudas: para Mariana, los personajes no son ficciones, sino espejos. “Al volver a interpretarla en la serie —explica—, también estaba revisitando procesos míos, personales. Fue como verme de nuevo a través de ella”. Esa revisión interior se extiende a su manera de entender la actuación. “Actuar también es una manera de entender la vida. A veces uno se mete en una historia ajena para comprender la propia”. En sus ojos se adivina una mezcla de cariño y respeto, como si hablara de una amiga con la que ha crecido.
Actuar nunca ha sido una zona de seguridad para Mariana Treviño. Aborda su labor como un laboratorio. Experimenta con los personajes: en ocasiones funciona, otras veces más o menos. Sus papeles son, más que interpretaciones, procesos de autoconocimiento. “Yo soy todas las personas que he interpretado. Todas parten de mí, de lo que puedo entender que ellas son. Les presto mi corazón, mis experiencias, mi alma para que puedan expresarse”, explica. “Es una colaboración. Siempre dejo un pedacito de mí en cada uno”.
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El viaje del héroe de Mariana Treviño
Después de Mentiras llegó otra serie, pero en Hollywood: Stick: el swing perfecto. Según cuenta, continuó ese viaje emocional. “Los dos proyectos me permitieron explorar con más profundidad desde dónde construir los personajes. Hay algunos que te exigen esa inmersión total. No todos te lo permiten, pero cuando ocurre, sientes que tocas algo muy tuyo, que sólo requiere un instante. El proceso en Stick me recordó a la filmación con Tom Hanks (A Man Called Otto), que fue parecido”, dice. Agrega que trabajar fuera de México le permitió ampliar su mirada. “Los equipos, los ritmos, las formas cambian, pero el quehacer cinematográfico es el mismo. Todos trabajamos con la misma entrega. La diferencia está en la cultura, pero el amor por contar historias es universal”.
Su relación con la cámara ha evolucionado desde Tercera llamada, su primera película, dirigida por Francisco Franco. “Me parece tan simbólico que mi primer trabajo en cine haya sido sobre el teatro. Con la experiencia he aprendido a explorar más la interioridad de los personajes”.
A lo largo de la conversación, Mariana alterna entre la introspección y la risa. Tiene una inteligencia emocional que no necesita adornos. “El humor es una herramienta de supervivencia”, dice con firmeza. “Sirve para sublimar muchas cosas, para sanar, para crear distancia sin perder la ternura. Es una forma de inteligencia emocional, una manera de vivir con ligereza lo que a veces pesa”, asegura.
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Su risa, sin embargo, no es evasiva: es un gesto de lucidez. Una forma de recordar que la vida, incluso en sus partes más difíciles, sigue siendo un material fértil. “El humor te coloca en perspectiva. Te permite mirar lo que duele sin endurecerte. Y eso, en una profesión como esta, es vital”, dice mientras reconoce que, con la edad, se ha vuelto más seria y calmada.
Mariana observa el estudio mientras habla, como si midiera el espacio. Habla de su relación con la observación, de su fascinación por los pequeños gestos. “Soy muy observadora. Me encanta mirar cómo la gente reacciona, cómo se comunica. Leo mucho, estudié Letras y me fascina lo humano, lo cotidiano. A veces en una conversación pequeña —en un tono, en un gesto— puedes ver el universo entero”.
Cita a George Eliot —poeta y escritora británica que firmaba con pseudónimo masculino porque, en esa época, las mujeres escritoras no eran tomadas en serio— como una de sus autoras favoritas. “Ella tenía una sensibilidad impresionante para retratar lo que pasa dentro de las personas. La literatura me enseña a observar; la actuación, a encarnar eso que observo”. Esa línea —entre mirar y habitar— parece ser el corazón de su método: estar presente, absorber, transformarse.
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Si eligiera interpretar un personaje literario, sería un héroe benevolente de pueblo, alguien que lucha por decir lo que siente. “Todo ese jaloneo humano de poder empatar lo que uno siente con lo que vive. Me atraen las historias donde la vida pone todo para que el corazón aprenda a recibir una experiencia amorosa… que tampoco tiene que tener un final feliz”. En su forma de describirlo hay un anhelo silencioso, una conciencia de lo que cuesta —y vale— mantener la sensibilidad intacta.
Mientras se acomoda en su silla, confiesa que su mayor refugio está en el silencio. “Me cuido mucho en silencio, necesito espacio para reenergizarme. Me gusta estar sola, meditar, tener mis espacios. Eso me regresa al centro”. No es un gesto de evasión, sino de disciplina interior. “Paso mucho tiempo conmigo y eso me ayuda a entender lo que necesito. No sigo rutinas muy estructuradas, pero busco quietud. El silencio me ordena”.
Esa búsqueda de equilibrio también se refleja en su forma de vestir. Mariana, originaria de Monterrey, Nuevo León, no parece interesada en las tendencias tanto como en la autenticidad. Cuando se habla de estilo, baja la voz y sonríe. “He pasado por muchas etapas —cuenta entre risas: vaquera, biker, minimalista. Ahora me siento cómoda en lo simple. Busco la comodidad y la autenticidad, no la perfección”, confiesa esta regia. Le gustan las piezas con historia, los pantalones antes que los vestidos, lo vintage antes que lo nuevo. “Me gusta lo vintage. Cuando viví en Nueva York, me la pasaba en tiendas así. Me atrae la idea de reinterpretar las modas pasadas, de reciclar, de refrescar lo que ya fue”. Se identifica más con la temporada otoñal y los tejidos de la época; también prefiere los abrigos y las botas, “me gustan los pantalones más que los vestidos”, comparte.
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El viaje del héroe de Mariana Treviño
Como buena lectora, no para de consumir libros. “Amé El gigante enterrado, de Kazuo Ishiguro. Estoy por terminar Felix Holt, el radical, de George Eliot, y no quiero que se me acabe”, dice entre risas. Le interesan las series que retratan minorías, como Dark Winds: “Es una historia que significa, y me fascina que haya representación de esos grupos nativos americanos”, aunque también confiesa disfrutar los dramas coreanos: “Son muy entretenidos”.
Antes de entrar al set y que los flashes la envuelvan, ella se deja mirar sin artificio. Hay algo en su manera de estar —un equilibrio entre confianza y vulnerabilidad— que resulta magnético. No hay pose, sólo presencia. Tal vez por eso, Mariana Treviño no está obsesionada con el futuro. Está, más bien, en un presente expandido y consciente. “El éxito es poder estar en tu propia piel”, dice al final, antes de despedirnos. “Reconocer tu camino, celebrar lo que has construido e ir creciendo en consciencia de lo que uno hace y es. Requiere valentía, pero todos tenemos que salir a la vida”.
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El viaje del héroe de Mariana Treviño
Lo dice como quien formula una convicción íntima. No es una frase preparada ni un eslogan: es una forma de estar en el mundo. La gratitud, para Mariana, no es resignación; es conciencia. Una manera de permanecer viva, curiosa, sensible, incluso en medio del ruido. “Es como la imagen del viejito sabio: con la edad ganas sabiduría y aprendes a entender lo que sucede y a entenderte a ti. Lo ideal es llegar con más sabiduría que con la que empezaste. De eso se trata”, finaliza.
Nuestra conversación termina y ella se despide con la misma calma con la que llegó. Sonríe. Hay algo en esa sonrisa que parece decir que el viaje continúa, que no hay destino fijo, sólo un camino que se sigue andando, con humor, con ternura, con gratitud.