En el verano de 1987, Wimbledon no era únicamente el templo del tenis, también era el escenario en el que la princesa Diana recurrentemente encontraba un respiro de la solemnidad de su vida pública y los protocolos reales. Entre el murmullo de la pista central y el ritual británico del torneo, se produjo un encuentro que nunca ocupó titulares a gran escala, pero que dejó huella en la memoria de quienes lo vivieron, la la breve, pero apasionada cercanía de Lady Di con el tenista serbio Slobodan Živojinović, conocido en el circuito como Boba.
Cada año, la princesa Diana acudía a los partidos del exclusivo torneo, atraída por la intensidad del juego y la atmósfera del campeonato. No se limitaba a posar en el palco real; se dejaba arrastrar por la emoción de cada set como una auténtica apasionada de la raqueta. Fue en ese ambiente donde decidió acercarse al joven tenista serbio, célebre ya por su saque devastador. Él mismo contaría años después que la princesa bajó de su asiento y, con la naturalidad que la distinguía, inició una conversación ligera sobre su técnica y su estilo de juego. Ese gesto, sencillo pero inusual viniendo de una figura como ella, marcó el inicio de una relación inesperada, breve, pero inolvidable.
No fue un romance en el sentido convencional, sino una complicidad tejida en encuentros discretos y en diálogos que trascendían la barrera entre realeza y deporte. La princesa Diana encontraba en Slobodan Živojinović la posibilidad de hablar sin protocolos, ni pretensiones, él, por su parte, descubría a una mujer que se interesaba más por la espontaneidad que por las apariencias. Compartieron confidencias, risas y la extraña intimidad que se da cuando dos mundos tan distintos coinciden en un espacio improbable.
El episodio se extendió apenas unos meses, pero dejó la impresión de un vínculo genuino, aunque Lady Di estaba aún casada con el entonces príncipe Carlos, y Slobodan Živojinović estaba comprometido con la cantante Lepa Brena, con quien más tarde se casaría. Ninguno de los dos dio un paso que alimentara el escándalo; más bien conservaron aquella historia como un secreto elegante, sin huella en los tabloides de la época.
En retrospectiva, el propio Živojinović hablaría de ella con respeto y calidez, recordando a Lady Di como una mujer fascinante por su capacidad de transformar lo cotidiano en extraordinario. Más allá del mito de la princesa del pueblo, en las declaraciones del tenista se revelaba otra dimensión de la mujer que encontraba afinidad en alguien ajeno a su mundo, que buscaba un respiro entre raquetas y gradas, que se permitía un paréntesis de humanidad lejos de las cámaras oficiales y la realeza.
Actualmente, Slobodan Živojinović tiene 62 años y siempre se refiere a ella en pasado, consciente de lo frágil que es recordar lo personal de alguien que ya no está. “Era una mujer maravillosa; con ella, lo sencillo se volvía fascinante”, dijo la primera vez que hablo de Lady Di en una entrevista en 2016.