En 1925, el mundo olía distinto. Las mujeres recién comenzaban a respirar libertad, el art déco dominaba París y una casa de perfumes francesa decidió encapsular la idea del deseo en una botella. Así nació Shalimar de Guerlain, una fragancia que no solo desafió las convenciones de su época, sino que inventó un nuevo lenguaje para hablar del placer.
El nacimiento del deseo moderno
Jacques Guerlain, su creador, se inspiró en la historia de amor entre el emperador Shah Jahan y Mumtaz Mahal, la musa que dio origen al Taj Mahal. Pero más allá de la leyenda, Shalimar fue un acto de ruptura. Por primera vez, la vainilla —hasta entonces relegada a la confitería— se transformó en el corazón de un perfume. No una dulzura inocente, sino un dulzor carnal, envuelto en humo, cuero y ámbar.
El uso de etilvainillina, una versión sintética de la vainilla natural permitió que la fragancia trascendiera lo efímero y se volviera adictiva. Era el olor del exceso, de la independencia y de una nueva feminidad que dejaba atrás los límites de lo correcto. Shalimar no fue pensado para gustar a todas, sino para quedarse en la piel de quien se atreviera a usarlo.
El frasco que cambió la estética del lujo
Su frasco, diseñado por Raymond Guerlain y elaborado por Baccarat, fue tan revolucionario como su aroma. Inspirado en las fuentes de los Jardines de Shalimar, con su pedestal azul zafiro, marcó el nacimiento del lujo moderno: un objeto que era a la vez arte, deseo y símbolo de poder. En la Exposición Internacional de Artes Decorativas de París, Shalimar se convirtió en el emblema del movimiento art déco.
Una fragancia que nunca envejece
A lo largo de los años, distintas versiones han reinterpretado su mito: Shalimar Initial, Souffle de Parfum, L’Essentiel, Milésime Vanille Planifolia. Todas conservan el ADN original —bergamota, iris, haba tonka, jazmín y vainilla—, pero adaptadas a nuevas sensibilidades. La perfumista Delphine Jelk, actual guardiana del legado Guerlain, lo define como un ejercicio de sastrería: “no quieres algo diferente, quieres sentir lo mismo de otra manera”.
En su versión contemporánea, Delphine Jelk ha intensificado la vainilla y suavizado los tonos animales, dando paso a una sensualidad más luminosa. Es la misma emoción, pero con la textura de nuestro tiempo.
El mito detrás del aroma
Shalimar ha sobrevivido porque nunca se conformó con ser solo perfume. Es un relato de amor, arte y alquimia. Cada gota contiene una paradoja ya que es antiguo y moderno, clásico y provocador, inocente y profundamente erótico. Lo usaron flappers, actrices, coleccionistas, mujeres que entendieron que el lujo no está en la abundancia, sino en la memoria que deja un aroma.
Su mensaje, un siglo después, es el mismo: el deseo no envejece, no huele a pasado. Huele a una historia que sigue escribiéndose cada vez que alguien lo elige como su perfume.