La conversación alrededor de la perfumería ha cambiado. Ya no gira únicamente en torno a notas icónicas o lanzamientos espectaculares, sino a cómo un aroma se integra a la piel, al estado de ánimo y a la identidad personal. En ese contexto, las familias olfativas adquieren un protagonismo distinto ya que funcionan como mapas emocionales que ayudan a entender hacia dónde se mueve el gusto colectivo. De cara a 2026, ciertas familias comienzan a repetirse con una claridad que no pasa desapercibida.
Las fragancias ambaradas evolucionan hacia versiones más suaves y envolventes. Lejos de los acordes densos y nocturnos que dominaron otras décadas, los nuevos ámbares se construyen con transparencias, resinas ligeras y toques cremosos. Se perciben cálidos, pero no pesados; íntimos, pero no invasivos. Esta reinterpretación responde a una búsqueda de confort olfativo, donde el perfume acompaña, pero no busca el protagonismo, sino que lo complementa.
Las familias florales atraviesan una transformación similar. Las flores blancas y los bouquets intensos dejan espacio a composiciones más limpias y aireadas. Notas como iris, rosa suave o flor de azahar aparecen trabajadas con precisión en 2026, sin dulzor excesivo ni dramatismo. El resultado son fragancias que se sienten cercanas, casi táctiles, pensadas para convivir con la piel y no para dominar el ambiente.
Otra familia que gana presencia es la amaderada, especialmente en versiones claras y secas. Maderas como el sándalo, el cedro o el vetiver se presentan con tratamientos más modernos, donde la aspereza se pule y la profundidad se equilibra. Estas fragancias transmiten estabilidad y sobriedad, pero con una lectura contemporánea que las hace versátiles y fáciles de llevar.
Los cítricos, tradicionalmente asociados a lo efímero, también se reposicionan. En 2026 aparecen integrados en estructuras más complejas, combinados con notas verdes, almizcles suaves o maderas ligeras. Así, el frescor inicial se prolonga y adquiere mayor presencia, alejándose de la idea de fragancias exclusivamente veraniegas.
Las familias gourmand, por su parte, continúan su evolución hacia un terreno más adulto. Los acordes dulces se refinan y se combinan con notas saladas, amargas o especiadas que equilibran la composición. En lugar de perfumes evidentes, surgen propuestas más sutiles, donde lo comestible se insinúa sin volverse literal.
Finalmente, los almizcles cobran un papel central. Utilizados como base, aportan una sensación de piel limpia y cercana que conecta con la idea de intimidad. No buscan protagonismo, sino crear una estela discreta que se funde con quien la lleva. Esta familia resume bien el espíritu de la perfumería actual: menos declaración, más conexión personal.