Eliminar el azúcar se ha convertido en una de las promesas más tentadoras dentro del universo del bienestar. Entre retos virales, planes detox y discursos que demonizan cualquier rastro de dulzor, la pregunta se repite: ¿qué tan cierto es que dejarlo por completo cambia radicalmente la salud? La respuesta no es tan absoluta como parece, y exige diferenciar entre mitos, verdades y matices.
El azúcar no es un enemigo absoluto
El cuerpo humano necesita glucosa, la forma más simple de azúcar, para funcionar. El cerebro, los músculos y cada célula dependen de ella como fuente primaria de energía. El problema no es la glucosa en sí, sino el consumo excesivo de azúcares añadidos —presentes en refrescos, productos ultraprocesados, bollería o salsas industriales— que pueden sobrecargar al organismo y favorecer enfermedades como obesidad, diabetes tipo 2 y trastornos cardiovasculares.
Mito: dejar el azúcar asegura una piel perfecta
Uno de los mitos más difundidos es que la piel mejora de inmediato al dejar el azúcar. Si bien un consumo elevado puede contribuir a procesos inflamatorios que aceleran el envejecimiento cutáneo o agravan el acné, eliminarlo totalmente no garantiza milagros. Factores como genética, exposición solar y calidad del sueño son igual o más determinantes.
Verdad: hay un impacto en el estado de ánimo y la energía
La retirada brusca del azúcar añadido puede provocar síntomas como irritabilidad, cansancio e incluso dolor de cabeza. Es lo que muchos llaman síndrome de abstinencia del azúcar. El organismo, acostumbrado a recibir picos de glucosa rápidos, tarda días o semanas en estabilizarse y en aprender a obtener energía de fuentes más sostenibles, como cereales integrales, frutas y grasas saludables.
Mito: todo tipo de azúcar debe evitarse
No todo lo dulce es igual. El azúcar presente de manera natural en frutas, verduras o lácteos no debe eliminarse, pues viene acompañado de fibra, vitaminas y minerales que equilibran la respuesta del cuerpo. Lo que realmente conviene reducir son los azúcares libres o añadidos, es decir, aquellos que no aportan más que calorías vacías y que elevan la glucosa en sangre de forma abrupta.
Verdad: sí existe un beneficio metabólico
Diversos estudios han confirmado que reducir drásticamente los azúcares añadidos mejora la sensibilidad a la insulina, favorece la salud del hígado y contribuye a un mejor control del peso. Esto no significa que el azúcar natural de una manzana o un yogur sin edulcorar sea perjudicial, sino que la clave está en la calidad y el origen.
Busca el equilibrio
La tendencia de eliminar por completo el azúcar responde más a una narrativa radical que a una necesidad fisiológica real. El cuerpo necesita glucosa, pero no en forma de refrescos azucarados ni de bollería diaria. La verdadera verdad está en la moderación, optar por alimentos frescos, reducir los ultraprocesados y acostumbrar al paladar a sabores menos dulces es más sostenible que una prohibición absoluta.
En definitiva, dejar de consumir azúcar añadido puede mejorar la salud, pero hacerlo de forma estricta y sin matices puede generar más frustración que beneficios. Lo sensato es aprender a distinguir entre azúcares naturales y añadidos, y recordar que el bienestar no se construye a base de prohibiciones, sino de elecciones conscientes.