Enrollarse la toalla en la cabeza al salir de la ducha es un gesto automático incuestionable. Se hace sin pensar, como parte del ritual cotidiano del baño, sin embargo, ese hábito tan normalizado no es tan inocente como parece. De hecho, puede estar afectando la salud, la textura y el aspecto de tu cabello mucho más de lo que imaginas.
El problema comienza cuando el cabello está mojado. En ese estado, la fibra capilar se encuentra en su punto más vulnerable. La cutícula —la capa externa que protege el pelo— se abre ligeramente con el agua, lo que lo vuelve más elástico, frágil y propenso a romperse. Al enrollar una toalla alrededor de la cabeza, especialmente si se hace con presión o torsión, se somete al cabello a un estrés innecesario justo cuando menos lo tolera.
Las toallas tradicionales, hechas de algodón grueso o fibras ásperas, no están diseñadas para tratar el pelo con delicadeza. Al envolverlas y ajustarlas, se genera fricción constante. Ese roce repetido puede provocar quiebre, puntas abiertas y un encrespamiento persistente que no se soluciona con productos caros ni tratamientos intensivos. Muchas veces, el frizz que aparece sin razón tiene su origen en este gesto cotidiano.
Otro punto clave es el peso. Una toalla empapada en agua se vuelve sorprendentemente pesada. Al colocarla enrollada sobre la cabeza, todo ese peso recae sobre la raíz y el cuero cabelludo. Con el tiempo, esta tensión continua puede debilitar el cabello desde la base, especialmente en personas con pelo fino o con caída sensible. No es casualidad que algunos estilistas relacionen este hábito con una sensación de cabello más frágil o sin cuerpo.
También está el tema del tiempo. Muchas personas mantienen la toalla enrollada durante largos minutos, incluso mientras se maquillan o se visten. Esto prolonga la humedad atrapada y puede alterar el equilibrio natural del cuero cabelludo, favoreciendo la aparición de frizz, pérdida de brillo e incluso irritación en pieles sensibles.
La alternativa no implica complicaciones. Presionar suavemente el cabello con la toalla —sin frotar— ayuda a retirar el exceso de agua sin agredir la fibra. Mejor aún, optar por telas más suaves como microfibra o camisetas de algodón reduce la fricción y respeta la estructura natural del pelo. Dejar que el cabello se seque parcialmente al aire antes de peinarlo también marca una diferencia visible.
Cambiar este hábito no es una cuestión de disciplina extrema, sino de conciencia. Pequeños ajustes en la rutina diaria suelen tener un impacto mayor que cualquier mascarilla o sérum. A veces, cuidar el cabello no empieza con lo que aplicas, sino con lo que dejas de hacer.