El mundo de la relojería cambió radicalmente en 1927, cuando el nombre de Mercedes Gleitze —una joven nadadora británica decidida a cruzar el Canal de la Mancha— se entrelazó con el de Rolex, y juntas redefinieron la relación entre precisión, resistencia y elegancia.
Hans Wilsdorf, fundador de la marca suiza, llevaba años obsesionado con un desafío técnico: crear un reloj de pulsera totalmente hermético al polvo y al agua. En una época en la que la relojería aún era territorio masculino y los relojes se consideraban demasiado delicados para el uso diario, su propuesta parecía una utopía. Todo cambió cuando Mercedes Gleitze aceptó portar un Rolex Oyster colgado al cuello durante su travesía de 10 horas en las gélidas aguas del Canal.
No logró completar aquel segundo intento —realizado para acallar las dudas sobre su récord original—, pero logró sustentar la revolucionaría ingeniería de Rolex. El reloj emergió del mar funcionando con una precisión impecable. Ese gesto simbólico selló una alianza entre tecnología y credibilidad que transformó para siempre la forma en que se entendía un reloj. Hans Wilsdorf aprovechó el acontecimiento para publicar un anuncio a página completa en The Daily Mail, presentando el Oyster como el reloj que había “sobrevivido al Canal de la Mancha”. Así nació no sólo un ícono técnico, sino también una nueva forma de narrar el lujo a través de hazañas humanas, siendo el deporte de elite uno de sus más grandes aliados.
La figura de Mercedes Gleitze se convirtió en la primera testimonee de Rolex, algo muy cercano a lo que hoy conocemos como embajadora aliada de la casa, mucho antes de que la marca se asociara con figuras del arte, el deporte o la exploración. Su nombre fue el preludio de una larga tradición de embajadores que comparten un mismo valor: la búsqueda de la excelencia más allá de la superficie.
A casi un siglo de distancia, su historia sigue resonando en la industria de la Alta Relojería como leyenda pionera de la precisión, misma que actualmente ya se da por sentada, el relato de una mujer que nadó contra la corriente y un reloj que resistió y desafió al mar nos recuerda que la verdadera innovación nace del coraje. El Oyster no solo cambió la relojería; también demostró que la elegancia es perfectamente compatible con la funcionalidad.