El Monogram de Louis Vuitton no necesita contexto emocional ni grandes discursos para justificar su lugar en 2026. Basta mirar cuántos de sus bolsos más antiguos siguen en circulación —no en vitrinas, sino en uso— para entender por qué la Casa decide dedicarle un año completo. A 130 años de su creación, el Monogram no se celebra como icono, sino como sistema, uno que ha probado ser funcional, reconocible y sorprendentemente flexible.
Cuando Georges Vuitton diseñó el patrón en 1896, la intención fue práctica. El objetivo era proteger las piezas de la imitación mediante un lenguaje gráfico imposible de confundir. Las iniciales LV, los motivos florales y la composición repetitiva no buscaban belleza decorativa, sino identificación inmediata. Esa decisión —registrar el diseño como patente— convirtió al Monogram en uno de los primeros ejemplos de branding moderno aplicado al objeto.
Lo que distingue al Monogram de otros códigos del lujo no es su antigüedad, sino su capacidad para absorber cambios sin perder estructura. Los bolsos que protagonizan la campaña de aniversario lo demuestran con claridad. El Speedy y el Keepall, lanzados en 1930, responden a una idea de movilidad que sigue vigente, viajar ligero, moverse con autonomía, no depender de lo superfluo. El Noé, creado en 1932 para transportar botellas de champán, evidencia una lógica funcional que nunca se escondió detrás del estatus. El Alma traduce la arquitectura parisina en forma y proporción, mientras que el Neverfull —mucho más reciente— se convirtió en un básico contemporáneo precisamente por no intentar ser otra cosa.
A lo largo de las décadas, el Monogram ha servido como base para distintas lecturas creativas dentro de la Maison. Marc Jacobs lo llevó a una conversación directa con el arte y la cultura pop; Nicolas Ghesquière lo integró a una narrativa más estructural y futurista; Virgil Abloh lo colocó en el centro del diálogo cultural contemporáneo; y hoy Pharrell Williams lo mantiene activo sin convertirlo en uniforme. El patrón no se impone, sino que se adapta a las propuestas de cada creativo.
Las colaboraciones con Takashi Murakami, Yayoi Kusama y Richard Prince no funcionaron como ejercicios decorativos, sino como pruebas de resistencia. El Monogram soportó la intervención, el exceso, la repetición y la ironía sin diluirse.
Para el aniversario, Louis Vuitton presenta tres líneas que no compiten entre sí, sino que explican distintas formas de entender la herencia. Monogram Origine recupera el patrón original de 1896 a través de un tejido jacquard de lino y algodón, inspirado directamente en documentos de archivo. La colección VVN apuesta por el cuero natural y por el envejecimiento como parte del diseño, cada pieza cambia con el uso, no a pesar de él. Time Trunk traduce los baúles históricos en una impresión trampantojo que no busca realismo, sino memoria visual.
Celebrar 130 años del Monogram no es una operación sentimental. Es una afirmación clara, algunos diseños sobreviven porque siguen funcionando. Porque se usan. Porque no necesitan justificarse cada temporada. En 2026, el Monogram no mira hacia atrás. Simplemente sigue ahí.