Fue vista por más de 750 millones de personas, involucró una logística digna de una coronación y prometía —al menos en papel— el inicio de un cuento de hadas. El 29 de julio de 1981, el entonces príncipe Carlos y Lady Diana Spencer contrajeron matrimonio en la Catedral de San Pablo, en Londres. Cuarenta y cuatro años después, los archivos siguen revelando detalles que retratan una ceremonia grandiosa, sí, pero también profundamente humana, llena de anécdotas que hoy se leen con otros ojos.
El vestido que impuso una nueva era del exceso
Diseñado por David y Elizabeth Emanuel, el vestido de novia de Diana rompió con los estándares reales. Fue elaborado en tafetán de seda de color marfil, con 10 mil perlas cosidas a mano, encaje antiguo de Carrickmacross y una cola de más de 7.5 metros: la más larga jamás usada en una boda real británica. Pero su silueta tan voluminosa resultó un reto incluso antes de llegar al altar. Según contaron los propios diseñadores, el vestido apenas cabía dentro del carruaje Glass Coach que la llevó desde Clarence House hasta la catedral. Al bajar, el satén estaba visiblemente arrugado.
Fue un momento de terror, pero ya no había vuelta atrás
Las novias reales también se equivocan
En uno de los momentos más recordados —y no precisamente por su romanticismo—, Diana se equivocó al recitar los votos: en lugar de decir “Charles Philip Arthur George”, lo llamó “Philip Charles Arthur George”. Un desliz que, si bien comprensible por los nervios, se convirtió en uno de los titulares más reproducidos en la prensa del día siguiente.
3 mil 500 invitados, pero sin dos figuras clave
Entre los 3 mil 500 asistentes se encontraban la mayoría de casas reales europeas, además de figuras políticas, celebridades y diplomáticos de alto nivel. Sin embargo, dos nombres brillaron por su ausencia: el entonces presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, y su esposa Nancy, quienes no asistieron por motivos de agenda. En su lugar, acudieron la primera dama en funciones, Rosalynn Carter, y el secretario de Estado Alexander Haig.
El perfume y el accidente de última hora
Diana usó una fragancia personalizada por la casa Houbigant Paris, llamada Quelques Fleurs. Minutos antes de caminar al altar, accidentalmente derramó unas gotas sobre su vestido. La maquilladora Barbara Daly le sugirió sostener su ramo con ambas manos a la altura de la mancha para disimularlo, lo que explica por qué en muchas fotos aparece con el ramo más arriba de lo habitual.
La tiara no era de la reina
Aunque muchos creyeron que Diana usó alguna pieza prestada de la colección real, la tiara que coronó su velo fue en realidad un tesoro familiar: la Spencer Tiara, una joya art déco del siglo XIX que había pertenecido a su abuela. Fue una decisión simbólica y poderosa, especialmente para una joven de apenas 20 años que entraba a una institución tan rígida.
¿Un matrimonio o un montaje?
Con los años, se sabría que la relación ya presentaba grietas antes del enlace. Diana reveló más tarde que ese mismo día, mientras se maquillaba, ya sentía que no era feliz. “Fue la caminata más solitaria de mi vida”, dijo en entrevistas posteriores. En este contexto, la ceremonia cobra una lectura distinta: no como el principio de una unión, sino como el cierre de la independencia de Diana.
Fue la caminata más solitaria de mi vida
Cuarenta y cuatro años después, la boda del siglo se recuerda con una mezcla de fascinación y desencanto. Cada detalle, cada error y cada exceso resuena como un eco de una época donde el protocolo y la imagen pesaban más que el amor. Pero es precisamente esa mezcla la que lo convierte, todavía hoy, en uno de los eventos más estudiados y discutidos de la historia contemporánea.