Han pasado 15 años desde que Black Swan transformó a Natalie Portman en un ícono cinematográfico, encarnando a Nina Sayers, una bailarina cuya obsesión por la perfección la conduce a la fractura psicológica. Estrenada en 2010, la película de Darren Aronofsky no solo recaudó más de 300 millones de dólares en taquilla internacional, sino que redefinió el thriller psicológico moderno y consolidó a su protagonista con un Oscar como Mejor Actriz.
Hoy, la cinta regresa a los cines en un formato inédito que promete intensificar su atmósfera inquietante, se trata de una versión remasterizada en IMAX disponible solo el 21 y 24 de agosto de 2025. Una oportunidad irrepetible para revivir, con toda su fuerza visual y sonora, una de las películas más perturbadoras de la última década y media.
El impacto cultural de una obra maestra oscura
Black Swan rompió las convenciones del cine de danza. No era un relato romántico ni aspiracional. En el se mostraba el lado más crudo de la disciplina, donde la entrega absoluta se confunde con autodestrucción. El vestuario diseñado por Rodarte, los tonos desaturados de Matthew Libatique en la fotografía y la dirección milimétrica de Darren Aronofsky convirtieron a la película en un estudio sobre la fragilidad de la psyque humana, disfrazado de ballet clásico.
El legado de esta cinta trasciende lo cinematográfico. Su estética sombría inspiró editoriales de moda, reinterpretaciones en pasarelas y hasta un tipo de maquillaje —el swan eye— que se convirtió en tendencia global.
La magia de Black Swam detrás del escenario
La intensidad del relato se trasladó también al rodaje. Darren Aronofsky confesó que intentó fomentar una supuesta rivalidad entre Natalie Portman y Mila Kunis para reflejar en pantalla la tensión de sus personajes. Lejos de dividirlas, la estrategia generó complicidad entre ambas, quienes terminaron por burlarse del director.
El compromiso físico también fue radical, Mila Kunis perdió peso a base de caldos y jornadas extenuantes de ballet, mientras Natalie Portman entrenaba con una precisión casi militar. Esa entrega total es palpable en cada movimiento de cámara, en cada giro de puntas, en cada instante de descontrol emocional.
Por qué volver a verla en cine
La experiencia de Black Swan en IMAX promete una inmersión distinta, cada suspiro, cada crujido de hueso y cada nota de Tchaikovsky resuenan con mayor intensidad. Las escenas más icónicas —la transformación de Nina en cisne, la competencia entre bailarinas, la disolución de la frontera entre realidad y alucinación— cobran un matiz renovado, pensado para quienes quieren revisitar la película como si fuese la primera vez.