Con un desfile marcado por la teatralidad, el detalle anatómico y la emoción en movimiento, Schiaparelli se apoderó de la pasarela de la Alta Costura de París Otoño-Invierno 2025/2026 gracias a una pieza que robó el aliento: un collar con un corazón mecánico que latía suavemente sobre el pecho de la modelo —entre muchas otras cosas, por supuesto—. No era una simple joya, sino un gesto poético cargado de historia, que condensó el ADN surrealista de la maison y su conexión inquebrantable con el arte de Salvador Dalí.
Diseñado por Daniel Roseberry, director creativo de Schiaparelli desde 2019, este corazón palpitante no fue concebido como una novedad caprichosa, sino como un guiño explícito a una de las piezas más enigmáticas del artista catalán: el Beating Heart Brooch, una joya creada en 1953 con un mecanismo interno que la hacía latir como si tuviera vida propia. Esa escultura, que hoy forma parte del Museo Dalí en Figueres, es también una declaración artística: un corazón incrustado de rubíes que pulsa sin necesidad de cuerpo, como una obsesión encarnada.
Daniel Roseberry tomó ese símbolo y lo trasladó al cuerpo femenino en forma de collar, integrándolo con un vestido carmesí de silueta ajustada que reforzaba el dramatismo de la pieza. El corazón, incrustado con cristales rojos y alojado en una estructura dorada, parecía respirar. No era un efecto teatral: latía en tiempo real. El resultado fue una obra híbrida entre moda, escultura y performance, que actualizó el legado de Elsa Schiaparelli sin necesidad de nostalgias vacías.
Elsa Schiaparelli, recordemos, fue una de las primeras diseñadoras en entender la moda como un medio artístico. Su amistad y colaboración con Salvador Dalí en los años 30 y 40 produjo piezas que rompieron los límites entre cuerpo, deseo y objeto: desde el célebre Vestido Langosta hasta el Sombrero Zapato, pasando por el vestido con cajones inspirado en los muebles dalinianos. Esa alianza dio forma al surrealismo en clave textil, y definió una nueva manera de concebir la elegancia, no como sinónimo de sobriedad, sino como provocación estética.
En ese linaje se inscribe el corazón de Daniel Roseberry. Lejos de hacer una cita literal, el diseñador reinterpretó la iconografía daliniana desde la tecnología contemporánea, haciendo que el accesorio respirara al ritmo de una emoción artificial. Así, la joya no solo homenajea a Dalí, sino que coloca al cuerpo en el centro de la narrativa: un cuerpo expuesto, vulnerable, vivo.
Lo que podría haber sido una extravagancia técnica se convirtió en un símbolo potente de humanidad. En una era saturada de simulacros digitales, un corazón palpitante sobre una pasarela parece casi revolucionario. Schiaparelli, fiel a su historia teatral, vuelve a recordarnos que lo surreal no es evasión, sino revelación: el corazón sigue ahí, latiendo.
Y en este desfile, latía para todos.