Crece fuerte, pequeño

Crece fuerte

Mis mejores deseos para los árboles que planté hace más de una semana.

A medida que dispositivos más sofisticados llegan a nuestras manos –smartphones, tabletas, computadoras y smartbands, entre otros– tendemos a olvidar nuestras conexiones primarias, esas que nos unen a las personas que nos rodean, a nuestro medio ambiente y, ultimadamente, a nuestro planeta. Esa habilidad para mover los pulgares a velocidades supersónicas puede incluso hacernos sentir como seres superiores que son capaces de controlarlo todo a golpe de clicks y enters, convirtiendo los megapixeles, los megabits y la memoria RAM en las unidades de medida de aprovechamiento de nuestras vidas.

La verdad es que si nos despojaran de todas esas herramientas y nos abandonaran en medio de un bosque o una selva, muy pocos sabrían qué hacer para sobrevivir. Desde luego, yo me incluyo entre los muchos que, presas del pánico, se sentarían a lamentar su suerte con la esperanza de que alguien note su ausencia y llegue al rescate.

Todas estas ideas llegaron a mi mente mientras, hace apenas una semana, me trasladé con el equipo de Harper’s Bazaar México, amigos, colaboradores y voluntarios a un área boscosa del Estado de México para llevar a cabo la reforestación a la que nos comprometimos a través de las páginas de nuestro “Green Issue”. Luchando para liberar los pequeños oyameles de las bolsas que protegían sus raíces y enterrando las manos en montículos de tierra húmeda me di cuenta de lo poco acostumbrado que estoy a convivir con la naturaleza. Las ciudades –especialmente una tan grande como la Ciudad de México– nos absorben y desconectan de nuestra verdadera esencia. Sólo cuando nos damos estas oportunidades descubrimos que, a veces, basta manejar una hora para llegar a lugares en los que el aire no está contaminado, el agua corre libre por pequeños arroyos y la vegetación susurra mensajes que el concreto y el asfalto no nos permiten escuchar. “Qué raro se siente respirar aire limpio”, dijo alguien mientras caminábamos hacia el lugar en el que cada quien plantaría sus diez árboles asignados.

Si bien este proyecto fue ideado como una manera de generar una conversación alrededor de la edición que cada año dedicamos a destacar iniciativas de la industria de la moda que incorporan principios de sustentabilidad y respeto al medio ambiente, a mí me sirvió para redescubrir ese cordón umbilical invisible que me une al planeta que habito. “Crece fuerte, pequeño”, “Agárrate bien” y “Acuérdate de mi cara” eran algunas de las frases que le decía a mis arbolitos mientras los plantaba en las cepas que los colaboradores de Fundación Grupo México excavaron para nosotros. Las personas que me escuchaban no podían evitar soltar alguna risa con mis ocurrencias, pero esa era mi manera de crear un lazo con esos seres que, si todo sale bien, en unos años serán árboles fuertes y robustos. Esa era mi manera de desearles una vida larga en la que el respeto a su presencia sea más fuerte que todo afán urbanizador. Si en unos años quisiera regresar a ese sitio, seguramente no sabré como hacerlo. Es más, si el próximo fin de semana lo intentara creo que no lo lograría y eso me hace sentir un padre desnaturalizado. Aún así, confío en que esos árboles van a echar raíces y ofrecer su sombra, aroma y oxígeno a las generaciones que en el futuro lleguen a ese lugar con la intención de reconectar con la tierra, con su esencia y con la conciencia de que todos estamos unidos por el simple hecho de ser ciudadanos de este planeta. Agradezco a la persona cuya idea ocasionó que tuviera las uñas llenas de tierra por un par de días –a pesar de todos mis esfuerzos por limpiarlas– y, desde este escritorio en el que presiono las teclas de mi computadora a altas horas de la noche, repito para mis adentros: “Crezcan fuertes, pequeños”.

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