Mi (corto) recorrido como yogui

Mi (corto) recorrido como yogui

Algunas cosas llegan a nuestra vida para cambiarla de manera radical

Al yoga he aprendido a quererlo porque, una y otra vez, me ha demostrado su interés en mí. Sus esfuerzos por conquistarme se hicieron evidentes en distintos momentos de mi vida –durante el año que estuve de intercambio en Estados Unidos, mientras estudiaba la maestría en Madrid, cuando acababa de instalarme en la Ciudad de México– pero fue hace año y medio cuando le di un sí definitivo.

Tengo que aclarar que nunca he sido una persona hábil para los deportes, ni para los individuales y mucho menos para los de equipo. En la secundaria siempre era el último al que elegían para los partidos de basket ball y mi mayor logro en este terreno fue un primer lugar en una competencia de dorso organizada por la escuela de natación a la que asistí durante parte de mi infancia. En general, creo que no tengo el temple que se requiere para ser competitivo en disciplinas que requieran de un alto desempeño físico.

Dicho lo anterior, podrán imaginarse mi resistencia inicial ante los flirteos iniciales con los que el yoga intentó seducirme. Sin embargo, el estrés en el trabajo, la necesidad de encontrar una válvula que me permitiera liberar la presión y el deseo de sentir que estaba cuidando de mí y de mi cuerpo, me orilló a buscar opciones de actividad física a principios de 2015. En ese momento, recordé que las veces que me di la oportunidad de practicar yoga sus beneficios fueron evidentes y sentí cierta conexión natural con la disciplina.

A lo largo de estos meses he experimentado con distintas corrientes –bikram, iyengar, hatha, vinyasa, flow, ashtanga, restaurativo y acro, entre otras– y en cada una he encontrado un motivo para comprometerme más con mi práctica. Desde luego, he tenido la suerte de conocer a profesores con los que he entablado una relación de amistad y que me han guiado en el proceso de convertirme en yogui. Con su ayuda he profundizado en el entendimiento de una disciplina que a través de la práctica de ásanas (posturas) busca generar una transformación que va mucho más allá de lo físico y que se refleja en los ámbitos personal, profesional e, incluso, espiritual.

Asistiendo a cada clase me he dado cuenta de que el yoga recibe con los brazos abiertos a gente de todas las edades, complexiones, condiciones físicas, géneros, religiones, orientaciones sexuales y niveles socioeconómicos. Es de esas disciplinas que crean un ambiente de comunidad en cuyo interior se aprende a tener paciencia con uno mismo, constancia, respeto a las propias capacidades y las de los demás, a compartir y a ofrecer el esfuerzo por situaciones y causas que nos superan. Dentro del salón de clases, sobre el mat, la competencia no es con los demás, es con uno mismo. Y no hablo de una competencia malsana o desleal, hablo de esa competencia que nos permite apreciar con objetividad nuestros progresos, que nos confronta con nuestras limitaciones y que nos motiva a esforzarnos para –con humildad y trabajo duro– superarlas. Algunas sesiones se notan avances sorprendentes y otras, todo parece ser más difícil que la anterior. Como sea, el yogui no desiste y lo sigue intentando, teniendo claro que la única manera de avanzar en su proceso es siendo compasivo consigo mismo. “Si tu cuerpo está listo, sucederá. Si tú estás listo, sucederá” es una de las frases que he escuchado en clases y que me ayudan a mantener la perspectiva de las cosas.

Hay días en los que llego a casa exhausto y lo único que quiero es meterme a la cama y dormir. En esos momentos, hago a un lado mi cansancio, me cambio de ropa, tomo mi mat y me apresuro para llegar a clase, casi siempre la de las nueve de la noche. Trabajando con mi respiración, luchando por mantener el equilibrio, poniendo a prueba mi fuerza y mi flexibilidad, llego al final de la clase y, mientras descanso en la meditación final, me tomo el tiempo para agradecerle a mi cuerpo y al universo –con todo lo esotérico que eso pueda sonar– la oportunidad de cerrar mi día haciendo algo que me encanta.

No sé si el yoga es para todos, pero es un hecho que sí es para mí y siempre que se presenta la oportunidad motivo a todas las personas con las que hablo del tema a darse el chance de descubrir si también es para ellas. Algunas me tiran a loco y otras, notando los cambios que se han generado en mí, deciden dejarse guiar por su curiosidad. Espero que esa misma curiosidad haya despertado en ti, que lees estas líneas, y que te mueva a regalarte una primera clase. Créeme que no te vas a arrepentir y no descarto la posibilidad de que en un tiempo coincidamos en un salón diciendo en voz alta un “Namasté” para cerrar nuestra práctica. Eso me daría mucho gusto, pues querrá decir que mis palabras ayudaron a alguien, aunque sea una persona, a mejorar su vida, de la misma manera que las palabras de mis maestros y compañeros han ayudado a mejorar la mía. Todavía me queda mucho camino por recorrer, pero lo interesante será cruzarnos en él.En siguientes semanas entrevistaré a algunos de mis maestros, compartiré consejos para encontrar una buena escuela de yoga, el estilo ideal para cada quien y hasta cómo elegir un mat. Mientras tanto, te reitero, “la luz en mí, reconoce y honra la luz en ti”.

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