La influencia de la estética Drag Queen en la moda actual

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¿Drag? Imposible NO notarla…

Era una joven, como dicen algunos, monumental. Alta, curvilínea, glamurosa. Aparece en el video de la canción “Love Shack” de The B-52’s –estrenado en el ya añejo 1989–, agitando su gigante pelo afro al ritmo del new wave.

Su piel oscura, en contraste con el conjunto de top halter y hot pants en tenue color lavanda que vestía, provocaba un derroche de sensualidad. Hasta ahí todo normal, con el común denominador de los videos ochenteros –¿cuál no incluye mujeres exuberantes?–, pero, ¡oh sorpresa!, la fichada por los B-52’s no era una chica común y corriente.

Esa bailarina de breve aparición en el video era nada menos que RuPaul. Y aquella actuación, brevísima, pero inolvidable, era apenas el comienzo de lo que muchos estudiosos del drag ya han definido como “una era”.

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Kate Pierson y Ru Paul, en 1990. / Harper’s Bazaar Versión Impresa.

EL DRAG ANTES DE RU

Hoy día es imposible comprender esta cultura sin hablar de RuPaul; sin embargo, este “arte teatral en el que una persona viste de manera irónica prendas que no se consideran apropiadas para ella” –según la definición que el videógrafo e historiador drag Joe E. Jeffreys dio a la revista Time–, es tan viejo como la civilización misma, aunque, por supuesto, no siempre ha tenido la misma intención, concepción y aceptación.

Se han documentado, por ejemplo, rituales religiosos en culturas como la inca, la mexica y la del antiguo Egipto, en los que los hombres vestían como mujeres. Por supuesto, esto no era propio del drag –al menos como lo concebimos ahora–, pero sí es un antecedente relevante de la transgresión de las barreras del género que sentaron bases históricas para el drag contemporáneo.

Más famosas y con más relación al carácter histriónico que aún prevalece son la tradición del teatro kabuki en Japón y el teatro europeo del siglo XVI; del primero podemos hablar en particular del hecho después del año 1629 que, con el supuesto fin de proteger “la moral pública”, dejó de contratar mujeres –en aquel entonces las actrices de kabuki eran también prostitutas– y comenzó a sustituirlas con hombres que imitaban las vestimentas típicas de las chicas.

Con ayuda de un maquillaje exageradísimo se servían para personificarlas llevando al extremo la feminidad estereotípica. En el segundo la ejecución también comenzó a relacionarse con temas morales y religiosos, de modo que los hombres empezaron a apropiarse de los papeles femeninos. Había, en escena, maquillajes, pelucas y grandes vestidos.

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Foto: Harper’s Bazaar Versión Impresa.

Actualmente podemos imaginar esos fastuosos vestidores de la época ‘shakesperiana’ y equipararlos de modo fácil con los racks que vemos en los episodios del reality Drag Race.

DE LOS TEATROS AL CALOR DE LA NOCHE

Que un hombre se vistiera como mujer comenzó a aliarse de manera definitiva –y casi indivisible– con la comunidad gay a partir de los años 30 del siglo XX. Sobre esto, Joe E. Jeffreys habla en Pop Sugar de esos años en los que los científicos discutían la teoría del tercer sexo y comenzaba la emergencia de los bares gay.

“Las primeras drag queens estaban en pequeños bares poco recordados, como el Black Cat de San Francisco”, pero, apunta, había otra escena más mainstream en sitios como el 82 Club de Nueva York, donde los actores se sentían ofendidos con el término que consideraban “barato y amateur”.

Como sea, la estética drag, ya atada a la moda debido al teatro, comenzó a hacer una alianza cada vez más firme con esta disciplina. Avanzaba el siglo XX y a los vestidores llegaban pelucas cada vez más exóticas, plataformas, maquillajes más vanguardistas y, por supuesto, lentejuelas.

Si el mundo de la moda establecida comenzó a poner cada vez más atención a lo underground fue porque ahí podían ver una versión sobrepotenciada de las pasarelas. Ante una industria que no produce vestidos de mujer que tallen a los hombres, sumado a la problemática “salida del clóset” que impedía a muchos comprar prendas o accesorios femeninos con libertad, los drag comenzaron a ingeniarse el modo de producir sus propios atuendos que, como mencionó el periodista Matthew Schneier en su artículo “Why the Fashion World is Obsessed with RuPaul’s Drag Race”, publicado en The New York Times, satirizan la alta costura tanto como la celebran.

A eso, el mismísimo RuPaul Andre Charles le respondió que es parte del credo bohemio reservarse el derecho de amar algo con todo el corazón y, de manera simultánea, odiarlo hasta el fondo. Autodescrito como un “amante de la creatividad y la belleza y, por lo tanto, de la moda”, es normal ver a Ru burlarse de eso que adora.

LA EXPLOSIÓN TOTAL

“No sé si ésta sea la era dorada del drag, pero sí sé que es la era de Ru [Paul] y no sé si sea la montaña más alta del valle”, dijo Joe E. Jeffreys a Time. El historiador reconoce que el conductor de televisión ha contribuido en acercar a público nuevo a la cultura drag y, en cierta medida, a entenderla como la forma de arte que es.

Sin embargo, no considera que esto pueda o deba ser epico más alto de la ola, ya que aunque las participantes del reality han conseguido éxito y exhibición masiva, los espectáculos drag siguen relegándose a pequeños bares desconocidos que aún no ven éxito en sus taquillas.

Ese punto merece atención y ojalá eso cambie pronto y más gente –sin importar si es o no parte de la comunidad LGBT– asista con más frecuencia a estos shows y comience a apreciar el gran trabajo de estos artistas. Pero el paso que se ha dado es agigantado.

Desde que RuPaul’s Drag Race comenzó a televisarse en 2009 –lleva, al día de hoy, 129 episodios divididos en 10 temporadas y se han confirmado dos más–, RuPaul ha aparecido en la portada de decenas de revistas de moda.

Las participantes en el concurso también han ganado espacios: Violet Chachki, por ejemplo, se ha convertido en una estrella de las fiestas de las Fashion Weeks, y Milk, quien apareció en la temporada seis del programa, formó parte de la campaña Primavera-Verano 2016 de Marc Jacobs, diseñador que no sólo se ha declarado fan absoluto del programa, sino que, además, ha participado como jurado, del mismo modo que han hecho las modelos Gigi Hadid y Chanel Iman.

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Violet Chachki y Naomi Smalls. / Harper’s Bazaar Versión Impresa.

Pero es importante recalcarlo a esta altura que las drag ya no aparecen más como un chiste o como una curiosidad en las plataformas mencionadas, ni son “la amiga excéntrica” de las modelos y los diseñadores, son ya una autoridad seria en la moda.

Y para comprobarlo basta ver el trabajo de los diseñadores más arriesgados, como Nicola Formichetti, la mente maestra detrás de los vestuarios más icónicos de Lady Gaga –¿quién no nota la influencia de la estética drag en ella?–, que en la presentación de la colección otoño-invierno 2018 de Nicopanda, la marca que creó con su hermano Andrea, no sólo invitó a Aquaria (participante en la temporada 10 de Drag Race) a desfilar sobre la pasarela en la semana de la moda de Nueva York, sino que, además, dotó a sus prendas, muy influidas por los años 90, de un espíritu glamuroso ciento por ciento drag, combinado con lo impensable: el desfachatado look grunge de Kurt Cobain.

Por ello, merece un aplauso. Y es que, como bien o mal nos ha enseñado RuPaul, todo cabe en el drag sabiéndolo acomodar.

Este artículo se publicó previamente en la versión impresa de Harper’s Bazaar Es Español.

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