Diane Von Furstenberg en persona

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Son las seis de la tarde en Memorial Day, y el esposo de Diane von Furstenberg, el magnate Barry Diller, está parado en medio de su nueva e inmensa oficina en la calle 14 oeste en Nueva York (a la vuelta de la esquina del iceberg gigante de Frank Gehry donde están las oficinas del propio Diller), vestido en una playera, un traje de baño rosa y sandalias, regresando de un fin de semana en Sag Harbor, echándole un vistazo al lugar. El lugar aún no está terminado, tiene cajas apiladas en las esquinas y cinta adhesiva en las ventanas, pero Diller brilla de entusiasmo. “Es fantástica”, dice con su marcado acento judío “No”, dice Diane von Furstenberg en su acento europeo. “Es un desastre”. “Es fantástica”. “No. Aún no está terminada, querido. No quiero que la veas así”. “Es fantástica”. Von Furstenberg hace una larga pausa. “Está bien, ¿no es cierto?”. Diller sonríe mostrando un gran espacio entre los dientes. “Es fantástica”. Últimamente, hay muchas cosas fantásticas en la vida de Diane von Furstenberg. Cuándo cumplió 60 años, ha preparado un gran regreso, evolucionando de la princesa del vestido envolvente de los setenta hacia un muy exitoso emporio de la moda y como presidenta del Council of Fashion Designers of America (CFDA), sin mencionar el perdurable icono de la moda que es con las famosas iniciales DVF estampadas en todo, desde bolsas hasta tapetes y lentes de sol. Ya sea que esté en Cloudwalk, su granja de 160 años en Connecticut, o en sus nuevas oficinas en el Meatpacking District, o como anfitriona en el famoso picnic previo a los Oscares junto a su esposo, o paseando por el mediterráneo en el lujoso yate Eos de Diller (el cual tiene un busto de Diane von Furstenberg realizado por Anh Duong), la diseñadora sigue siendo la personificación del glamour moderno. ¿Cómo lo logra? “Bueno, me encanta la vida”, contesta Diane von Furstenberg en tono contundente. Estamos sentadas en un sillón en su nueva oficina (a la cual llegamos vía una enorme escalera decorada con cristales Swarovski que brillan en el sol del atardecer como una escalera hacia el cielo), y viste pantalones azul marino y un cardigan estampado, con sus alpargatas de gamuza azul aventadas por otro lado y sus pies desnu- dos bronceados debajo de ella. Su largo cabello está más claro que de costumbre bañado de luces doradas y cae ligero sobre sus hombros. No tiene nada de maqui- llaje, pero luce espectacular de cualquier forma, con los pómulos bronceados y lánguidos ademanes, la personificación de la satisfacción felina. “La clave es amar la vida”, repite. “También, siempre estoy en movimiento. Nunca duermo cinco noches seguidas en la misma cama. Tengo muchas facetas, por eso, para lograrlo todo, tengo que hacerlo todo”. Relacionado: “La nieta de von Furstenberg se roba las miradas” Para Diane von Furstenberg, hacerlo todo significa dormir en un suntuoso cuarto en la parte alta del edificio de 14 pisos donde está su oficina para poder estar cerca de su negocio y despertarse “con el sol”. También significa tomar clases regulares de yoga (mandó poner un estudio de yoga en su oficina) y meditación (“Deepak Chopra me enseñó hace muchos años cuando estuve enferma”), faciales semanales con Tracie Martín (“ella desafía la gravedad”), y el cambio constante entre mujer glamourosa, esposa/madre y mujer de negocios.

LOS INICIOS DE DIANE VON FURSTENBERG

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Tal vez, como era de esperarse, este es el tipo de mujer para la que diseña ropa. “La mujer DVF es la mujer en la que quería convertirme cuando era joven, la mujer en la que me convertí, y la mujer que ya no soy, pero que sigo siendo un poco”, dice, conjurando una imagen de su amazónica persona en los años setenta de fiesta en Studio 54 y paseando alrededor del mundo, haciendo negocios en stilettos y abrigos de piel, al mismo tiempo que jugaba con sus hijos e invitaba a comer a personalidades como Calvin y Mick y Bianca “en la granja” los fines de semana. Cuando le pido que me cuente más acerca de la mujer DVF, inclina hacia un lado la cabeza y dice, “Sabes, yo quería ser la mujer que podía sonreírle a su propia sombra, que podía hacerlo todo: tener hijos y amantes y novios y esposos, y estar en el asiento del conductor; todo junto” Pero “hacerlo todo” no siempre fue fácil para Diane von Furstenberg. A pesar de su gran éxito en los años 70, el negocio “creció demasiado rápido, demasiado pronto”, y a principios de los 80, el mercado estaba saturado, el vestido envolvente estaba “agotado”, y la compañía estaba a punto de quebrar. “Todo sucedió muy rápido, y yo estaba muy joven”, dice. “Todo el mundo quería algo de mí, y no sabía a quien decirle que sí y a quien no”. Aprendió de sus errores. A diez años del relanzamiento de sus sexis, halagadores y versátiles vestidos, la compañía de Diane von Furstenberg se ha transformado de un “experimento” de tres personas en su casa del West Village en una corporación de 120 personas con tiendas desde Miami hasta Antwerp (22 en total) y distribuidores en 57 países. Kate Hudson, Gwen Stefani y Paris Hilton se han presentado en la alfombra roja con sus vestidos. Todo el mundo, desde Jessica Alba hasta Susan Sarandon y Marisa Tomei, van a sus fabulosos desfiles. “Al principio no tenía la menor idea de que funcionaría”, dice. “Esperaba que así fuera, pero nunca se sabe de facto”. “Ha sido divertido, porque estoy envejeciendo”, dice von Furstenberg, “pero visto a mujeres más jóvenes y me mantiene cerca de esa energía”. Relacionado: “10 mujeres poderosas que usan un uniforme de trabajo y tú también deberías”

DIANE VON FURSTENBERG Y SUS JOYAS

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Ciertamente, von Furstenberg sigue vistiendo muy parecido a como cuando tenía 20 años, y de alguna manera logra no verse ridícula. Aún tiene todos sus Yves Saint Laurent y Giorgio di Sant’Angelo y Ossie Clark cuidadosamente almacenados en una bodega en su granja en Connecticut, junto con “varios cientos” de pares de zapatos (“los guardo todos”), que van desde botas vaqueras con mariposas bordadas que compró en Texas en los años 70 hasta los Christian Louboutins diseñados para su propia pasarela. También están sus joyas. “He tenido una larga relación con la joyería”, dice Diane von Furstenberg, con la voz suavizándose a un punto casi de solemnidad religiosa. “Empecé a comprar joyería art decó de Cartier y Reaman Schepps cuando a nadie le gustaba. Solía ir a Fred Leighton antes de que fuera famoso, cuando él vivía en el Village. Podías comprar sus cosas por nada”. Y está su enorme colección de piezas hindúes de Mughal y las piezas “pesadas de oro de los años 40”. De hecho, hace algunos años colaboró con la firma brasileña H. Stern y lanzó una colección con su nombre. “Siempre había querido hacer joyas, pero sólo con ellos. Al principio los busqué y no me querían, luego Roberto (Stern, director actual de la marca) comprendió que soy una gran conocedora e interpretó a la perfección lo que yo quería decir a través de las joyas”. Y claro, están las piezas que Diller le ha obsequiado. “A Barry le gusta darme joyería”, dice, sonriendo al pensar en su compañero y esposo desde hace año. ( Diane von Furstenberg se separó de su primer esposo, el Príncipe Egon von Furstenberg —padre de sus dos hijos, Alexandre y Tatiana— en 1973, luego de 4 años de matrimonio. La pareja se divorció en 1983 pero siguieron siendo buenos amigos hasta la muerte de Egon en el 2004, tanto que Egon le daba un regalo cada año en la fecha que sería su aniversario de bodas.

LAS EDADES DE DIANE VON FURSTENBERG

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“Básicamente, mi estilo no ha cambiado”, continúa von Furstenberg, quien es abuela de tres nietos, quienes viven en Los Ángeles. “Me visto igual que siempre... soy mayor, soy abuela, por eso hay ciertas cosas que…” deja la frase colgando por un segundo. “Mi cuerpo no es el mismo, mi cara no es la misma, y bla, bla bla, pero he vivido, y mis experiencias son parte de lo que soy. Disfruto ser yo, y esa es la cosa”. Diane von Furstenberg no se ha practicado cirugías plásticas, ni tiene planeado hacerlo. “Tantas mujeres lo hacen ahora, y claro, a veces lo cuestiono, y pienso ‘tal vez debería de hacerlo’, pero luego veo algunas de las caras, y pienso que no necesito eso”. Tampoco tiene planeado cortarse su famosa cabellera. “Una vez me corté el pelo en 1984”, dice la diseñadora. “Quería cambiar mi vida, y me corté el cabello muy corto, como hombre, y cambié mi vida. Me mudé a Europa. Aunque nunca me gustó corto”. Es posible que Diane von Furstenberg nunca vuelva a cortarse el pelo, pero hay cambios en su vida que en verdad ansía. Al preguntarle si cree ser intimidante, se muerde el labio un segundo y contesta, “sabes, cuando era joven, me encantaba ser intimidante. Me gustaba porque tal vez era insegura. Al ser más segura de mí misma, no me ha parecido necesario”. Hace una pausa y mira hacia la ventana para ver el atardecer. “He tratado de utilizar el éxito para crecer. Creo que puedes usar el éxito de dos formas. Puedes volverte arrogante, o puedes volverte más humilde y prestarle más atención a la gente. Espero ser así”.

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