¿Por qué viajar sola en tus 30 es una buena idea?

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Hace algunas décadas era casi impensable que una persona en los treinta se lanzara durante un mes o un par de meses a recorrer una parte del mundo en solitario, mucho menos si se trataba de una mujer. Debido a las trabas de idioma, culturales, visados, etcétera, había que sumar las casi seguras imposiciones familiares, especialmente el cuidado de los hijos. Sin embargo, el cambio demográfico y la nueva realidad socioeconómica, con cada vez más mujeres siendo madres más tarde, reparto de tareas, una vida en pareja que no se entiende como una atadura… permite que sean más las que se lo puedan plantear, incluso siendo madres. ¿Por qué no lanzarse a una aventura en solitario más allá de los 30? En una época en la que rompemos tabúes un día sí y otro también, ¿por qué seguir anclados en la creencia de que ese tipo de viajes son solo para universitarios y sin preocupaciones? Viajar sola: Cómo preparar una vuelta al mundo en solitario Del mismo modo, es un error creer que deben ser forzosamente al estilo mochilero, o que tienes que actuar de un modo determinado y disfrutar cada día como si fuera el último. De hecho, el viaje a esa edad es la mejor oportunidad para encontrarse a uno mismo, disfrutar con la madurez y la experiencia acumulada de las últimas tres décadas y, además, regalarnos la posibilidad de certificar que aún queda mucho por vivir. Estas son algunas de las claves por las que no estaría mal que, si ya pasaste de los 30, te plantees una ruta tú sola.

Sabes perfectamente lo que quieres

Seguramente, un viaje en solitario te lo planteas después de haber hecho otros muchos en compañía, por lo que has tenido oportunidad suficiente para conocer cómo te gusta viajar: qué tipo de hoteles, qué tipo de excursiones, horarios, comidas… No existe un viaje más personalizado que este, y te da la oportunidad de organizarlo a tu medida por ti misma. La única preocupación es hacerte feliz a ti, ¿es una tarea a la que vas a renunciar?

Las decisiones son exclusivamente tuyas

Son tus reglas, tus intereses, tu tiempo y tu dinero, por lo que solo hay una voz que escuchar: la tuya. Precisamente porque llegas con experiencia y madurez (incluso cuando desde la madurez escoges comportarte como una universitaria en plena Semana Santa), es el momento de ser egoístas y no dejarse llevar por lo que se espera de un viaje en solitario o por lo que digan personas que acabas de conocer. Solo tú eres la que decide.

Hacer amistades más maduras

No siempre tenemos la oportunidad de conocer gente nueva cuando ya llevamos tiempo en la vorágine de trabajo, casa, trabajo, casa… Un viaje en solitario, salvo que nos lo planteemos en un modo ermitaño, da la oportunidad de conocer a gente de todo el mundo, a traspasar barreras generacionales y hacer nuevas amistades que no tienen por qué ser efímeras. Bien porque lo hagamos desde un grupo de desconocidas o por gente que nos crucemos en el camino, hay oportunidades que no habrá en nuestra ciudad.

Vivir la sexualidad sin tapujos

Igual que sabemos sobradamente lo que nos gusta en materia de hoteles, comidas o excursiones, también se suele tener muy claro cómo queremos que sea nuestra vida sexual a los 30. El viaje en solitario también puede ser una forma de dar rienda suelta a deseos y pulsiones que no podemos o queremos hacer en nuestra ciudad. Y hacerlo desde la madurez y el control, sin tener por qué caer en una vorágine que no nos satisfaga. Eso sí, es un error viajar en solitario buscando realmente un viaje en pareja con alguien que conozcamos durante la aventura.

Te demostrarás tu verdadera fuerza

La treintena es una década intensa en la mujer. Primeras arrugas, una presión social en auge por casarse, tener hijos, tener una carrera brillante… Ver que, tú sola, decidiendo lo que quieres, sales adelante a diario en un entorno nuevo y desconocido, siendo feliz y disfrutando de los momentos que te has creado a tu gusto es la mejor forma de demostrarte tu verdadera capacidad. El famoso ‘empoderamiento’ en primera persona.

No hay más filosofía que encontrarse con uno mismo

En consonancia con lo anterior, es sorprendente darse cuenta, llegado un momento a lo largo del viaje, de que realmente estamos disfrutando con nuestra propia compañía. Hacer vida social con uno mismo es un punto fundamental en el que estaremos trabajando nuestra personalidad (afianzándola y fortaleciéndola) para conocernos mejor, darnos cuenta de metas, progresos, marcar objetivos, dejar claras prioridades y preferencias…

Una vuelta con las pilas más cargadas que nunca

La vuelta a la rutina se entiende diferente a los 30, en cierto modo con un punto de nostalgia. Pero, tras un viaje en solitario, lo haremos con las energías renovadas, sobre todo mentales, pues nos habremos demostrado nuestra auténtica capacidad e independencia. Será más fácil afrontar el día a día sin esas nubes negras mentales que nos ponemos nosotros mismos y que nos hacen dudar de nuestra capacidad. El secreto, no vivir el viaje como un paréntesis, sino integrar lo vivido en el día a día.

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